lunes, 20 de octubre de 2014

UN CUENTO COMO INTRODUCCIÓN


UN CUENTO COMO INTRODUCCIÓN

Había una vez una rey que tenía un hijo único, ya  en la edad de la adolescencia, del cual, los viejos del reino le habían dicho que cuando alcanzara la edad del amor, se enamoraría de una de una linda joven que sería su perdición. Ante esta predicción, el rey se había cuidado muy bien de recluir a su hijo de diecisiete años en palacio, queriendo evitarle el mal que sobre él se cernía, sin tomar parecer con su hijo, y tomando por el la decisión de evitarle todo encuentro con el mundo, pese a las suplicas de su hijo para que se le diera libertad.

El palacio era inmenso, tenía más de mil cuartos, y sobre la mayoría de ellos. Ni siquiera el rey sabía que guardaban. Como el joven príncipe no tenía más que hacer que vagar por su inmensa prisión, abrió las puertas una por una encontrando valiosos tesoros en los cuartos cuya entrada guardaban. En una ocasión encontró un cuarto vació que tenía en el centro un baúl,  dentro del cual el príncipe imagino que encontraría cosas preciosas,  pero para su sorpresa,  el baúl solo tenía en su interior una nota que decía:  este cofre es mágico,  y  aquel que lo encuentre podrá volar en él si tiene la suficiente inocencia de corazón para creer en ello “.  El joven llevo el baúl a la azotea del palacio,  y en su inocencia subió en él  sin que rozara siguiera su mente  la duda de que no volara,  y el milagro se hizo.  Pudo volar en el cofre abandonando el palacio a partir de entonces cuando lo quisiera sin la menor sospecha de su padre.  Diario salía sin peligro,  y así conoció durante tres años multitud de países  y  lugares lejanos.  Hasta que llego a un reino,  donde se encontraba un palacio semejante al suyo,  y  vio  que sobre la torre superior estaba una joven princesa a quién se acercó,   y  al verla de cerca quedo prendido de su belleza.  La joven,  sorprendida,  pregunto al príncipe como era que podía volar,  y este le contesto que surcaba los aires por causa del baúl,  que era un regalo de dios porque él,  siendo príncipe,  estaba encerrado en su palacio por órdenes de su padre el rey,  y  de esa manera el todo poderoso le compensaba su solitario destino.

El asombro de la princesa iba de menos a más,  ya que esta comento al joven que su condición era similar,  pues cuando ella nació los sabios del reino le predijeron que cuando creciera conocería a un joven que sería la causa de la amargura de su vida,  por lo que su padre la mantenía encerrada en el palacio,  siendo su única diversión el observar el bello paisaje del bosque y los hermosos atardeceres desde la torre más alta de su lugar de encierro.  Como ambos jóvenes eran hermosos  y  sus problemas y desdichas semejantes,  hubo una identificación más allá de la mera atracción exterior.

 

El joven príncipe visitaba a la hermosa princesa día a día sin falta  y  pese a que la invitaba a conocer lejanos lugares juntos en su baúl,  ella en su inocente recato,  rechazaba esas propuestas.  Así,  en la torre superior del castillo,  tenían conversaciones por horas que les parecían minutos,   y las pláticas que más le agradaban a la princesa eran aquellas en que el príncipe le comentaba como eran algunos de los países que había visitado,  donde no había reyes que encerraban a sus hijos en los palacios,  sin nada que estos pudieran hacer al respecto.  En esos países los gobernantes solo podían hacer lo que las leyes ordenaban,  siendo unos los que hacían las leyes,  y  otros las que las ejecutaban,  lo que garantizaba mayor justicia  y  equidad social;  y cuando algún gobernante excedía lo ordenado en las leyes o no ajustaba a ellas su conducta,  el pueblo tenía medios para impugnar los actos arbitrarios del poder que les afectaban injustamente.  Esto redundaba en provecho de todos,  ya que el comercio, la industria  y  las artes florecían,  y  los gobernantes debían de cuidar del bien del público  y  social,  no  porque fueran moralmente perfectos  e impecables,  sino porque así se los imponía la ley como obligación. Si no se ajustaba a la ley,  sus mandatos podían no ser cumplidos por el pueblo,  e incluso,  podían ser depuestos de su mando.  Si su conducta era corrupta debían ir a la cárcel,  no por venganza de los gobernantes afectados,  si no por violar las leyes,  que eran las reglas que tales sociedades se imponían así mismas para el buen vivir y la mejor convivencia posible, por encima de cualquier individuo,  así fueran los propios gobernantes. La joven estaba maravillada porque existieran tales lugares que ni en su imaginación hubiera podido concebir.

Entre tanto el amor de los jóvenes crecía cada día más  y el príncipe tomo la decisión de pedir la mano de la princesa,  a lo que esta se opuso,  en un primer momento,  pues tenía miedo de la reacción de su padre al enterarse de su relación con este joven,  y de que tomara las medidas necesarias para que nunca más le volviera a ver.  No obstante,  ambos se llenaron de valor  y  tomar la determinación de afrontar las cosas,  para lo cual  cada día que visitaba a la princesa,  el joven llenaba su baúl con objetos preciosos tomados de los cuartos del palacio de su padre,  con la intención de ofrecerlos como dote por su amada.

Por fin el príncipe pidió audiencia con el rey entregando credenciales como embajador del reino de  Sabá  todo imagino el rey por parte de un extranjero perteneciente a un reino que jamás había escuchado en su vida,  pero lo que menos pensó es que le fuera a pedir la mano de su hija.  Una vez que le fue planteada la petición del príncipe al rey,  su futuro suegro,  este monto en cólera,  pero al ver la delicada  y  educada actitud del joven príncipe  y de sus buenas maneras,  así como los magníficos regalos propios de personas de regio linaje,  llego  a la conclusión de que un sujeto así no podía burlarse de su hija,  y menos ser fuente de desgracias  y  amarguras para la joven  si la amaba como lo demostraba.  A partir de ese día empezaron los preparativos de la boda,  la cual se realizaría el siguiente mes. 

El príncipe,  por su parte,  tuvo que comunicar a su padre su determinación,  dado lo avanzado de su relación con su amada princesa.  El padre asustado,  le recordó a su hijo que si lo tenía recluido en palacio era por su bien,  pues sobre su cabeza pendía la desgracia predicha por los viejos del reino al momento de su nacimiento.  Sin embargo,  el rey al ver a su hijo tan lleno de vida,  tan animado,  contento,  tan regocijado,  feliz  y  decidido,  no pudo menos que acceder a sus deseos,  además de que internamente deseaba conocer a sus nietos antes de morir.

Tanto en el reino de Irash,  de donde era la princesa,  como en el reino de dónde provenía el príncipe pese a la lejanía existente entre ambos se hicieron paralelamente los festejos anunciando las bodas de los bellos príncipes. Hubo fiesta,  baile,  algarabía  y  fuegos pirotécnicos por todo un mes,  decretados por mandato real en ambos reinos.  Cuál no sería la sorpresa del príncipe que una mañana,  faltando tan solo un día para la anhelada boda,  cuando se disponía a ir a el reino de su amada,  subió a la azotea para utilizar su baúl,  pero de este no encontró más que cenizas,  ya que seguramente durante los festejos nocturnos debió de haber caído algún petardo donde nunca debió de caer.  El príncipe no pudo reprimir su frustración  y  lloro de impotencia. ¿Cómo era posible que perdiera a la mujer más hermosa  y  buena del mundo tan solo a un día de que fuera suya para siempre?

Hizo la imposible por alcanzar el lejano reino donde su amada se encontraba.  Se dirigió  a galope en su veloz caballo en todas direcciones,  pues no tenía la menor idea de hacia dónde podía encontrarlo  o  a donde dirigirse para volver a ver a la dueña de su ser.  A todo aquel al que le preguntaba por dicho reino,  respondía con su ignorancia.  Así pasaron cinco años de infructuosa búsqueda, y el joven,  deshecho emocionalmente al ver su felicidad perdida  y  viendo como el destino lo había alcanzado en su fatalidad, empezó a adoptar una actitud de introversión evitando la presencia de toda persona.  Al ver el rey a su hijo tan deprimido,  trataba de animarlo invitando al palacio,  en fiestas organizadas al efecto,  a las jóvenes más hermosas del reino,  quienes interesadas,  acudían ante la posibilidad de ser la futura reina en palacio.  Más el joven aun así no salía de su depresión pues pasaba frente a ellas sin prestarles la menor atención.  Su mente no estaba ahí,  sino en el pasado.

 

El rey descubrió entonces que la única manera de reanimarlo era preguntarle sobre los lugares  y  países que había conocido con su baúl mágico.  El joven comenzaba en esos momentos sus relatos de los países que había conocido con la idea imaginaria de estárselo narrando a su amada como antes lo hacía.  Describía como eran las gentes en esos lejanos países,  sus leyes,  sus instituciones,  su manera de vivir  y  sus gobiernos.  Y el rey preguntaba:  “ y en esos países donde no hay reyes,  ¿ los hombres son felices? “ el  joven respondió que la felicidad depende de la búsqueda de cada hombre independientemente del país o lugar que se encontrará,  pero que por lo demás él vio que en esos países prosperaba el comercio,  la industria  y  las  artes,  y que la gente vivía bien;  pero que lo que más le había sorprendido de esos países lejanos era algo que el definió como “medios de impugnación”. “¿Y eso que es?” preguntó el rey.  Son formas en que,  de manera respetuosa y pacífica,  pero firme,  el pueblo puede oponerse a las decisiones injustas del gobierno que los afecten en sus bienes o en sus personas. “ ¡ Pero como !  reaccionó el padre.  Un gobierno esta instituido por Dios,  por su divina voluntad.  Por lo tanto,  las órdenes y mandatos del gobierno siempre serán justos,  pues son emitidos en bien del pueblo,  aun cuando parezca que hay decisiones políticas  y  de  gobierno que son en contra de sus intereses”.  Sin embargo,  el rey ya no tubo contestación de su hijo,  quién al darse cuenta que su interlocutor era su padre  y  no su  amada,  nuevamente volvió a hundirse en sí mismo,  en un mutismo del que era difícil sacarlo.

El rey quedo intrigado por la plática del príncipe,  y quiso conocer más de lo que eran los “medios de impugnación”,   y mando llamar a los cinco sabios del reino, preguntándoles la definición de tal concepto.  Uno a uno los sabios fueron decapitados,  pues mencionaban que los “medios de impugnación” eran las vías legales existentes por las que los gobernados podían combatir y oponerse a las decisiones  y  mandatos arbitrarios  y  abusivos de la autoridad,  definición que hacía montar en cólera al rey, pues tal concepción iba en contra de la noción del poder absoluto que a él le habían enseñado y que seguía puntualmente por convicción  y  conveniencia.  Así las cosas,  y dado que no había podido desembarazarse de las dudas que le acosaban respecto a lo que eran los “medios de impugnación”,  mando a traer a su hijo  y le encargo que fuera a uno de esos países a los que había ido para que estudiara los “medios de impugnación”,  y le presentará un informe por escrito sobre cómo eran y  cómo funcionaban.

El joven acató la voluntad de su padre,  tomo su caballo y se dirigió a uno de esos países lejanos,  el que fuera.  Así fue como dicho joven llego a estas tierras  y  a quién conocí realizando su meticulosa labor de investigación sobre los “medios de impugnación”.  Entre ambos se dio una buena amistad,  incluso,  en lo posible,  le ayude a redactar parte de su informe,  y  al cabo de tres años de intenso trabajo,  el joven regreso al reino de su padre.

Con el orgullo y la satisfacción del trabajo bien hecho y terminado,  le entrego su informe al rey.  Sin embargo,  esa misma noche,  ya entrada la madrugada,  la guardia real fue por el príncipe.  Este pregunto cuál era la causa de la urgencia:  y los guardias le dijeron que su padre solicitaba su presencia inmediatamente.  Camino a palacio uno de los guardias le dijo en secreto:  tu padre esta iracundo,  y  rojo de ira pidió tu cabeza,  debido al informe que hoy le llevaste.  Te voy a hablar con la verdad.  En este momento te llevamos a degollar.  Esta orden de tu padre me parece injusta,  y no quisiera llevarla a cabo, pero no hay nada que hacer al respecto.  Si no lo hago el rey me mandara matar a mí también y a mi familia.  Así que te propongo que mientras yo distraiga a mis compañeros,  te daré una señal para que huyas,  y así guardes tu vida.

 

El príncipe acepto la propuesta, pues dadas las circunstancias,  le pareció ser la única opción de seguir vivo,  ya que iba a morir por una orden voluntariosa  e  injusta,  y no por un acto noble que pudiera ser defendido  y  argumentado con su muerte.  A una señal del guardia amigo,  el joven corrió dándose a la fuga,  aprovechando la obscuridad de la noche.  Pero uno de los guardias se percató del hecho alcanzando a infringirle una herida de flecha en el hombro.  Como pudo,  el príncipe siguió corriendo en defensa de su vida,  logrando escapar.

Así llego el joven a mi casa con una terrible infección causada por una herida de flecha no curada en tiempo.  Pese a los cuidados médicos prodigados,  a los pocos días mi querido y joven amigo falleció,  no sin antes pedirme que publicará su informe,  ya que si este podía servir en algo para evitar que hubiese gobernantes déspotas  y  voluntariosos como su padre,  que podían disponer impunemente y de manera prepotente de todos los bienes de sus súbditos  y  de ser el caso,  hasta de sus vidas,  por simple capricho del momento,  su muerte no habría sido en vano.

Con voz entrecortada,  el débil príncipe me comentó,  minutos antes de su muerte,  que la maldición que le fue predicha al momento de nacer,  había sido convertida en bendición,  pues si se hubiese casado con su amada,  como fue en algún momento su mayor anhelo,  seguramente hubiera terminado siendo un rey déspota como su padre.  En cambio,  la forma en que tuvo que desarrollarse su vida le permitió descubrir cosas más trascendentes como lo eran el bien público,   el bien común  y  el  bien social como el objetivo de toda sociedad,  siendo la consecución  de estos bienes la función preeminente de sus instituciones y su gobierno.  Sus últimas palabras fueron las siguientes:

No existe una mejor forma de lograr el bien común dijo el príncipe en su lecho de muerte,  que teniendo a la ley por encima de todo ser humano,  sean gobernados  o  gobernantes,  pues es denigrante obedecer a un hombre,  aún en contra de uno mismo,  por su poder y el temor que representa;  pero,  en cambio,  es enaltecedor no obedecer a hombre alguno por su voluntad imperiosa,  si no obedecerlo porque la ley así lo determina, y porque el gobernante también se cuida de ajustarse a la ley,  ya que obedecer a las leyes es un principio de madures  y  de renuncia al egoísmo humano,  un  principio mismo de ética  y  moral que linda en lo divino.  Obedecer a la ley es obedecer a un principio superior a uno mismo,  que es el principio del bien social.  Pero,  a la vez,  obedecer a la ley es obedecerse a uno mismo,  ya que,  al fin y al cabo, es la voluntad propia quien ha decidido ponerse bajo el imperio de las leyes,  que no bajo el imperio de los hombres,  pues estos tarde o temprano fallaran,  que tal es la naturaleza humana,  y actuara en su provecho personal si no tienen contrapesos eficaces.

Es de suma importancia romper el prejuicio de que son la fortuna,  los conectes y las complicidades,  las cosas que a nivel social  y personal sean las que más importan,  y no las leyes,  su obediencia y ejecución puntual e imparcial,  pues tal sistema nos trata como a menores de edad,  y nosotros mismos,  al no impugnarlo,  y no digo violentamente,  si no haciendo uso de las leyes,  transmitimos a las generaciones que nos suceden la irresponsabilidad  y  complicidad de esa minoría de edad.

Mi joven amigo hizo una pausa que,  al cabo de unos minutos,  se convirtió en silencio.  Pensé que se había quedado dormido,   exhausto por el esfuerzo que le costaba pronunciar las palabras.  En ese momento,  dando unas tres respiraciones dolorosas  y  profundas,  expiró.

Cumpliendo la última voluntad del príncipe,  procedí a hacer una síntesis del informe causante de su muerte,  que es lo que se publica en este libro.  Toda esta narración explica el que,  por obvias razones,  se omita mencionar el nombre del reino de donde era originario mi amigo,  así como el nombre de su padre  y  del  propio príncipe.  Ojala que la muerte de este valiente joven no haya sido en vano,  y que esta síntesis de su informe rinda los frutos que él esperaba,  o que, por lo menos,  estos frutos puedan madurar lo suficiente en futuro próximo o mediato en el reino del que provenía… o donde sea necesario

FUENTE: DIVISION DE UNIVERSIDAD ABIERTA,  FACULTAD DE DERECHO UNAM.