UN CUENTO COMO INTRODUCCIÓN
Había una vez una rey que tenía
un hijo único, ya en la edad de la adolescencia,
del cual, los viejos del reino le habían dicho que cuando alcanzara la edad del
amor, se enamoraría de una de una linda joven que sería su perdición. Ante esta
predicción, el rey se había cuidado muy bien de recluir a su hijo de diecisiete
años en palacio, queriendo evitarle el mal que sobre él se cernía, sin tomar
parecer con su hijo, y tomando por el la decisión de evitarle todo encuentro
con el mundo, pese a las suplicas de su hijo para que se le diera libertad.
El palacio era inmenso, tenía
más de mil cuartos, y sobre la mayoría de ellos. Ni siquiera el rey sabía que
guardaban. Como el joven príncipe no tenía más que hacer que vagar por su
inmensa prisión, abrió las puertas una por una encontrando valiosos tesoros en
los cuartos cuya entrada guardaban. En una ocasión encontró un cuarto vació que
tenía en el centro un baúl, dentro del
cual el príncipe imagino que encontraría cosas preciosas, pero para su sorpresa, el baúl solo tenía en su interior una nota
que decía: “ este cofre es mágico, y aquel que lo encuentre podrá volar en él si
tiene la suficiente inocencia de corazón para creer en ello “. El joven llevo el baúl a la azotea del
palacio, y en su inocencia subió en
él sin que rozara siguiera su mente la duda de que no volara, y el milagro se hizo. Pudo volar en el cofre abandonando el palacio
a partir de entonces cuando lo quisiera sin la menor sospecha de su padre. Diario salía sin peligro, y así conoció durante tres años multitud de
países y
lugares lejanos. Hasta que llego
a un reino, donde se encontraba un palacio
semejante al suyo, y vio que sobre la torre superior estaba una joven
princesa a quién se acercó, y al verla de cerca quedo prendido de su
belleza. La joven, sorprendida,
pregunto al príncipe como era que podía volar, y este le contesto que surcaba los aires por
causa del baúl, que era un regalo de
dios porque él, siendo príncipe, estaba encerrado en su palacio por órdenes de
su padre el rey, y de esa manera el todo poderoso le compensaba
su solitario destino.
El asombro de la princesa
iba de menos a más, ya que esta comento
al joven que su condición era similar,
pues cuando ella nació los sabios del reino le predijeron que cuando
creciera conocería a un joven que sería la causa de la amargura de su
vida, por lo que su padre la mantenía
encerrada en el palacio, siendo su única
diversión el observar el bello paisaje del bosque y los hermosos atardeceres
desde la torre más alta de su lugar de encierro. Como ambos jóvenes eran hermosos y sus
problemas y desdichas semejantes, hubo
una identificación más allá de la mera atracción exterior.
El joven príncipe visitaba a
la hermosa princesa día a día sin falta
y pese a que la invitaba a
conocer lejanos lugares juntos en su baúl,
ella en su inocente recato,
rechazaba esas propuestas.
Así, en la torre superior del
castillo, tenían conversaciones por horas
que les parecían minutos, y las
pláticas que más le agradaban a la princesa eran aquellas en que el príncipe le
comentaba como eran algunos de los países que había visitado, donde no había reyes que encerraban a sus
hijos en los palacios, sin nada que
estos pudieran hacer al respecto. En
esos países los gobernantes solo podían hacer lo que las leyes ordenaban, siendo unos los que hacían las leyes, y
otros las que las ejecutaban, lo
que garantizaba mayor justicia y equidad social; y cuando algún gobernante excedía lo ordenado
en las leyes o no ajustaba a ellas su conducta,
el pueblo tenía medios para impugnar los actos arbitrarios del poder que
les afectaban injustamente. Esto
redundaba en provecho de todos, ya que
el comercio, la industria y las artes florecían, y los
gobernantes debían de cuidar del bien del público y
social, no porque fueran moralmente perfectos e impecables,
sino porque así se los imponía la ley como obligación. Si no se ajustaba
a la ley, sus mandatos podían no ser
cumplidos por el pueblo, e incluso, podían ser depuestos de su mando. Si su conducta era corrupta debían ir a la
cárcel, no por venganza de los
gobernantes afectados, si no por violar
las leyes, que eran las reglas que tales
sociedades se imponían así mismas para el buen vivir y la mejor convivencia
posible, por encima de cualquier individuo,
así fueran los propios gobernantes. La joven estaba maravillada porque
existieran tales lugares que ni en su imaginación hubiera podido concebir.
Entre tanto el amor de los
jóvenes crecía cada día más y el
príncipe tomo la decisión de pedir la mano de la princesa, a lo que esta se opuso, en un primer momento, pues tenía miedo de la reacción de su padre
al enterarse de su relación con este joven,
y de que tomara las medidas necesarias para que nunca más le volviera a
ver. No obstante, ambos se llenaron de valor y
tomar la determinación de afrontar las cosas, para lo cual
cada día que visitaba a la princesa,
el joven llenaba su baúl con objetos preciosos tomados de los cuartos
del palacio de su padre, con la
intención de ofrecerlos como dote por su amada.
Por fin el príncipe pidió
audiencia con el rey entregando credenciales como embajador del reino de Sabá
todo imagino el rey por parte de un extranjero perteneciente a un reino
que jamás había escuchado en su vida,
pero lo que menos pensó es que le fuera a pedir la mano de su hija. Una vez que le fue planteada la petición del
príncipe al rey, su futuro suegro, este monto en cólera, pero al ver la delicada y
educada actitud del joven príncipe
y de sus buenas maneras, así como
los magníficos regalos propios de personas de regio linaje, llego
a la conclusión de que un sujeto así no podía burlarse de su hija, y menos ser fuente de desgracias y
amarguras para la joven si la
amaba como lo demostraba. A partir de
ese día empezaron los preparativos de la boda,
la cual se realizaría el siguiente mes.
El príncipe, por su parte,
tuvo que comunicar a su padre su determinación, dado lo avanzado de su relación con su amada
princesa. El padre asustado, le recordó a su hijo que si lo tenía recluido
en palacio era por su bien, pues sobre
su cabeza pendía la desgracia predicha por los viejos del reino al momento de
su nacimiento. Sin embargo, el rey al ver a su hijo tan lleno de
vida, tan animado, contento,
tan regocijado, feliz y decidido, no pudo menos que acceder a sus deseos, además de que internamente deseaba conocer a
sus nietos antes de morir.
Tanto en el reino de
Irash, de donde era la princesa, como en el reino de dónde provenía el
príncipe pese a la lejanía existente entre ambos se hicieron paralelamente los
festejos anunciando las bodas de los bellos príncipes. Hubo fiesta, baile,
algarabía y fuegos pirotécnicos por todo un mes, decretados por mandato real en ambos
reinos. Cuál no sería la sorpresa del
príncipe que una mañana, faltando tan
solo un día para la anhelada boda,
cuando se disponía a ir a el reino de su amada, subió a la azotea para utilizar su baúl, pero de este no encontró más que cenizas, ya que seguramente durante los festejos
nocturnos debió de haber caído algún petardo donde nunca debió de caer. El príncipe no pudo reprimir su
frustración y lloro de impotencia. ¿Cómo era posible que
perdiera a la mujer más hermosa y buena del mundo tan solo a un día de que
fuera suya para siempre?
Hizo la imposible por
alcanzar el lejano reino donde su amada se encontraba. Se dirigió
a galope en su veloz caballo en todas direcciones, pues no tenía la menor idea de hacia dónde
podía encontrarlo o a donde dirigirse para volver a ver a la
dueña de su ser. A todo aquel al que le
preguntaba por dicho reino, respondía
con su ignorancia. Así pasaron cinco
años de infructuosa búsqueda, y el joven,
deshecho emocionalmente al ver su felicidad perdida y
viendo como el destino lo había alcanzado en su fatalidad, empezó a
adoptar una actitud de introversión evitando la presencia de toda persona. Al ver el rey a su hijo tan deprimido, trataba de animarlo invitando al
palacio, en fiestas organizadas al efecto, a las jóvenes más hermosas del reino, quienes interesadas, acudían ante la posibilidad de ser la futura
reina en palacio. Más el joven aun así
no salía de su depresión pues pasaba frente a ellas sin prestarles la menor
atención. Su mente no estaba ahí, sino en el pasado.
El rey descubrió entonces
que la única manera de reanimarlo era preguntarle sobre los lugares y
países que había conocido con su baúl mágico. El joven comenzaba en esos momentos sus
relatos de los países que había conocido con la idea imaginaria de estárselo
narrando a su amada como antes lo hacía.
Describía como eran las gentes en esos lejanos países, sus leyes,
sus instituciones, su manera de
vivir y
sus gobiernos. Y el rey
preguntaba: “ y en esos países donde no
hay reyes, ¿ los hombres son felices? “
el joven respondió que la felicidad
depende de la búsqueda de cada hombre independientemente del país o lugar que
se encontrará, pero que por lo demás él
vio que en esos países prosperaba el comercio,
la industria y las
artes, y que la gente vivía
bien; pero que lo que más le había
sorprendido de esos países lejanos era algo que el definió como “medios de
impugnación”. “¿Y eso que es?” preguntó el rey.
Son formas en que, de manera
respetuosa y pacífica, pero firme, el pueblo puede oponerse a las decisiones
injustas del gobierno que los afecten en sus bienes o en sus personas. “ ¡ Pero
como ! reaccionó el padre. Un gobierno esta instituido por Dios, por su divina voluntad. Por lo tanto,
las órdenes y mandatos del gobierno siempre serán justos, pues son emitidos en bien del pueblo, aun cuando parezca que hay decisiones
políticas y de
gobierno que son en contra de sus intereses”. Sin embargo,
el rey ya no tubo contestación de su hijo, quién al darse cuenta que su interlocutor era
su padre y no su
amada, nuevamente volvió a
hundirse en sí mismo, en un mutismo del
que era difícil sacarlo.
El rey quedo intrigado por
la plática del príncipe, y quiso conocer
más de lo que eran los “medios de impugnación”, y mando llamar a los cinco sabios del reino,
preguntándoles la definición de tal concepto.
Uno a uno los sabios fueron decapitados,
pues mencionaban que los “medios de impugnación” eran las vías legales
existentes por las que los gobernados podían combatir y oponerse a las
decisiones y mandatos arbitrarios y
abusivos de la autoridad,
definición que hacía montar en cólera al rey, pues tal concepción iba en
contra de la noción del poder absoluto que a él le habían enseñado y que seguía
puntualmente por convicción y conveniencia.
Así las cosas, y dado que no
había podido desembarazarse de las dudas que le acosaban respecto a lo que eran
los “medios de impugnación”, mando a
traer a su hijo y le encargo que fuera a
uno de esos países a los que había ido para que estudiara los “medios de
impugnación”, y le presentará un informe
por escrito sobre cómo eran y cómo
funcionaban.
El joven acató la voluntad
de su padre, tomo su caballo y se
dirigió a uno de esos países lejanos, el
que fuera. Así fue como dicho joven
llego a estas tierras y a quién conocí realizando su meticulosa labor
de investigación sobre los “medios de impugnación”. Entre ambos se dio una buena amistad, incluso,
en lo posible, le ayude a
redactar parte de su informe, y al cabo de tres años de intenso trabajo, el joven regreso al reino de su padre.
Con el orgullo y la
satisfacción del trabajo bien hecho y terminado, le entrego su informe al rey. Sin embargo,
esa misma noche, ya entrada la
madrugada, la guardia real fue por el
príncipe. Este pregunto cuál era la
causa de la urgencia: y los guardias le
dijeron que su padre solicitaba su presencia inmediatamente. Camino a palacio uno de los guardias le dijo
en secreto: tu padre esta iracundo, y rojo
de ira pidió tu cabeza, debido al
informe que hoy le llevaste. Te voy a
hablar con la verdad. En este momento te
llevamos a degollar. Esta orden de tu
padre me parece injusta, y no quisiera
llevarla a cabo, pero no hay nada que hacer al respecto. Si no lo hago el rey me mandara matar a mí
también y a mi familia. Así que te
propongo que mientras yo distraiga a mis compañeros, te daré una señal para que huyas, y así guardes tu vida.
El príncipe acepto la
propuesta, pues dadas las circunstancias,
le pareció ser la única opción de seguir vivo, ya que iba a morir por una orden voluntariosa e
injusta, y no por un acto noble
que pudiera ser defendido y argumentado con su muerte. A una señal del guardia amigo, el joven corrió dándose a la fuga, aprovechando la obscuridad de la noche. Pero uno de los guardias se percató del hecho
alcanzando a infringirle una herida de flecha en el hombro. Como pudo,
el príncipe siguió corriendo en defensa de su vida, logrando escapar.
Así llego el joven a mi casa
con una terrible infección causada por una herida de flecha no curada en
tiempo. Pese a los cuidados médicos
prodigados, a los pocos días mi querido
y joven amigo falleció, no sin antes
pedirme que publicará su informe, ya que
si este podía servir en algo para evitar que hubiese gobernantes déspotas y
voluntariosos como su padre, que
podían disponer impunemente y de manera prepotente de todos los bienes de sus
súbditos y de ser el caso, hasta de sus vidas, por simple capricho del momento, su muerte no habría sido en vano.
Con voz entrecortada, el débil príncipe me comentó, minutos antes de su muerte, que la maldición que le fue predicha al
momento de nacer, había sido convertida
en bendición, pues si se hubiese casado
con su amada, como fue en algún momento
su mayor anhelo, seguramente hubiera
terminado siendo un rey déspota como su padre.
En cambio, la forma en que tuvo
que desarrollarse su vida le permitió descubrir cosas más trascendentes como lo
eran el bien público, el bien
común y
el bien social como el objetivo
de toda sociedad, siendo la
consecución de estos bienes la función
preeminente de sus instituciones y su gobierno.
Sus últimas palabras fueron las siguientes:
No existe una mejor forma de
lograr el bien común dijo el príncipe en su lecho de muerte, que teniendo a la ley por encima de todo ser
humano, sean gobernados o
gobernantes, pues es denigrante
obedecer a un hombre, aún en contra de
uno mismo, por su poder y el temor que
representa; pero, en cambio,
es enaltecedor no obedecer a hombre alguno por su voluntad
imperiosa, si no obedecerlo porque la
ley así lo determina, y porque el gobernante también se cuida de ajustarse a la
ley, ya que obedecer a las leyes es un
principio de madures y de renuncia al egoísmo humano, un
principio mismo de ética y moral que linda en lo divino. Obedecer a la ley es obedecer a un principio
superior a uno mismo, que es el
principio del bien social. Pero, a la vez,
obedecer a la ley es obedecerse a uno mismo, ya que,
al fin y al cabo, es la voluntad propia quien ha decidido ponerse bajo
el imperio de las leyes, que no bajo el
imperio de los hombres, pues estos tarde
o temprano fallaran, que tal es la
naturaleza humana, y actuara en su
provecho personal si no tienen contrapesos eficaces.
Es de suma importancia
romper el prejuicio de que son la fortuna,
los conectes y las complicidades,
las cosas que a nivel social y
personal sean las que más importan, y no
las leyes, su obediencia y ejecución
puntual e imparcial, pues tal sistema
nos trata como a menores de edad, y
nosotros mismos, al no impugnarlo, y no digo violentamente, si no haciendo uso de las leyes, transmitimos a las generaciones que nos
suceden la irresponsabilidad y complicidad de esa minoría de edad.
Mi joven amigo hizo una
pausa que, al cabo de unos minutos, se convirtió en silencio. Pensé que se había quedado dormido, exhausto por el esfuerzo que le costaba
pronunciar las palabras. En ese
momento, dando unas tres respiraciones
dolorosas y profundas,
expiró.
Cumpliendo la última
voluntad del príncipe, procedí a hacer
una síntesis del informe causante de su muerte,
que es lo que se publica en este libro.
Toda esta narración explica el que,
por obvias razones, se omita
mencionar el nombre del reino de donde era originario mi amigo, así como el nombre de su padre y
del propio príncipe. Ojala que la muerte de este valiente joven no
haya sido en vano, y que esta síntesis
de su informe rinda los frutos que él esperaba,
o que, por lo menos, estos frutos
puedan madurar lo suficiente en futuro próximo o mediato en el reino del que
provenía… o donde sea necesario
FUENTE: DIVISION DE UNIVERSIDAD ABIERTA,
FACULTAD DE DERECHO UNAM.